jueves, 18 de febrero de 2010

La Paradoja del Cabezudo.

Era de noche y un reflejo en la ventana me recordaba que ardía la ciudad. La música a todo volumen me hacía olvidar el olor a quemado y la gastritis que arrastraba desde hacía semanas. La última imagen que recordaba de aquella civilización fue un debate sobre la nación, recuerdo silencios e hipocresía, recuerdo  el silencio,  por eso pongo la música a todo volumen, para evitar el silencio, los zumbidos.
Varios habían sido los motivos de la revuelta pero no recuerdo ni me importa por qué fuera, llevaba tiempo sintiendo el silencio que precede a la tormenta. Si, de repente, se juntó lo caliente con lo frío y ¡Patapum! A tomar por culo. Las farmacias estaban vacías, los supermercados con las puertas reventadas, las tiendas de ropa y pequeñeces desvalijadas. Helicópteros evacuaron a las autoridades recordando los gloriosos tiempos argentinos, donde nadie dio la cara, y los niños morían de hambruna en el interior y rebuscaban el los vertederos. Otros no han tenido tanta suerte porque los militares y policías no han dado abasto, la ciudad fue saqueada.
Hoy tuve suerte, encontré comida enlatada en casa que trajo un colega que trabaja en salvamento, menos mal, hasta en las desgracias hace falta un enchufe.
De momento no hay silencio y tengo una hembra, sólo me falta localizar un lugar escondido, seguro, dónde poder generar alimento, cerca del mar, pero escondido de los ladrones y militares, como en aquellas películas de zombis. Recuerdo una receta para destilar, alcohol, sé cultivar marihuana y mi hembra es enfermera, podremos parir, algún libro nos ayudará a escapar, va a ser muy duro pero estoy preparado. No quiero quedarme en el silencio otra vez más, prefiero la música, prefiero la vida, la imagen de sus muertes me atormentará , sólo pude advertir.


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