jueves, 23 de julio de 2009

EL REGALO ( 2009) , El loco de Medellao.



Hoy el día estaba soleado. Jóvenes y no tan jóvenes aprovechaban el día para tostarse la piel, y algunos niños correteaban por la orilla y salpicaban a los mayores con sus juegos. Caminaba entre chiringuitos. El olor a aceite de varios días, al contrario de lo que solía provocar en el resto, abría su insaciable apetito. Decidió pedir una cerveza fría y acompañarla de un buen plato de camarones, que comió no sin cierta vergüenza y temiendo ser visto. Sus compañeras de ejercicios le hubieran recriminado su poca voluntad, y más ahora que empezaba a tener confianza con ellas.



Cuando se apuntó a los cursos de aquagym, aunque no entendió del todo bien las explicaciones de la señorita del ayuntamiento, creyó haber hecho algo inaplazable. Desde que había muerto su esposa pasaba las mañanas viendo la televisión y esperando que llegara alguno de sus hijos para traerle el almuerzo; luego se adormilaba, soñaba con jornadas de caza en África o pescas fabulosas en el Índico, para despertarse con una sensación de aturdimiento que le duraba hasta entrada la tarde. Entonces salía a algún bar del barrio a observar como otros jubilados como él ahogaban, no sin dificultades, sus penas y miserias en aguardiente.



Había dado un gran paso. Sin embargo, se sentía extraño de ser el único hombre entre tanta jubilada. Le incomodaban las miradas burlonas de algunos bañistas de su “quinta”, pero la perspectiva de volver a la rutina de su salón tampoco le resultaba muy reconfortante. “De hoy no pasa que me compre un bañador nuevo”, pensaba mientras recordaba como aquella viuda, no tan ajada como las otras, solía mirar los agujerillos que “Tara”, la única herencia que le dejara Joaquina, le había hecho mordisqueando su bañador.



Pagó lo que debía y se dirigió a la orilla, donde las amas de casa se arremolinaban en torno a la monitora. Todas le saludaron amistosamente, pero la viuda (entre tantas mujeres no recordaba su nombre) traía un paquete en sus manos. “Para usted, Don Ernesto. Es un regalo de todas. Y no diga que no le hace falta”. Abrió el regalo, nervioso, poco acostumbrado a tener todas las miradas puestas sobre él, y lo agradeció con un seco "Gracias, no hacía falta" que no sorprendió a ninguna.

Finalizada la clase, volvió en coche hasta su casa. Mientras abría la puerta con el regalo en las manos, “Tara” salió al portal a recibirlo, como acostumbraba. “Corre, hijueputa”, masculló, "a ver si puedes cogerlo". Y lanzó con todas sus fuerzas, barranco abajo, el hueso de plástico que las jubiladas habían envuelto con tanto esmero.

1 comentario:

  1. Muy bueno Medellao, disculpa la tardanza , estaba de camping, quería mezclarme con la naturaleza y vamos, que las olas salpicaban la caseta. Bueno creo que te veré antes de que lo leas, jajaja.

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