Salió el perro que llevo dentro, no sé si salió sólo o si me dejé abierto. La verdad es que estaba inquieto, se le escuchaba ladrar, nervioso, lleva mucho tiempo enjaulado.
Estaba como loco por mear las esquinas, por correr y ladrar, por mandar, dominar.
Ese perro loco incluso me muerde, tengo que agarrarlo y marcarle la espalda, forcejeo, lo cojo pero me ladra, ahora ladramos los dos, gruñimos y ponemos las orejas para atrás, la pelea es encarnizada, hay chillidos y sangre.
El cabrón se me escapó, se ha ido por la ciudad, a saber que estará haciendo.
Veo a un cachorro, está sólo, es una raza clásica y tiene un andar elegante, moderno, además juega con todos, olvidando su aristocracia.
Oigo ladridos, gruñidos y gritos, se forma un revuelo al final de la calle, la gente grita con más fuerza aún. Veo venir a éste cabrón de perro, viene ensangrentado, pero con cara de juego, que perrerías habrá hecho, lleva un buen rato fuera. Antes de que me vea nadie, llamo a mi querido perrito con un silbido sordo, despistando, lo dejo pasar a su guarida. Sabe que se ha portado mal, porque está escondido debajo de la mesa. Me llega de repente olor a perfume y resulta familiar.
jueves, 9 de julio de 2009
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